miércoles, 18 de abril de 2018

Sólo la Cruz y la espada podrán vencer a la media luna.



                                                                                             


Occidente en general y Europa muy en particular lleva camino de perder una guerra en la que durante decenas de siglos siempre había salido victoriosa, me estoy refiriendo a ese combate en el que está en juego su identidad y su misma supervivencia. Europa ha sobrevivido y se ha convertido en faro del mundo durante cerca de dos milenios merced al cristianismo, ha sido así gracias a haber constituido una empresa común de pueblos que en función de una común base espiritual y religiosa persiguió un destino que conformó su identidad, ha sido a través de ello que alcanzó su primacía al constituirse en instrumento de esa luz que habría de iluminar al mundo.
Ha sido merced a todo ello que Europa ha conseguido alcanzar sus logros e implantar su primacía.
Todo fue bien mientras que Occidente, constituida en sociedad cristiana o mientras al menos navegó aceptando sus raíces y vivió como sociedad que acató esos valores sobre los que se levanta su identidad, fue fiel a su destino.
 Cuando Europa fue así hemos sido los más fuertes y pudimos superar con éxito todas y cada una de las pruebas que nuestra misión llevaba aparejada, a su vez fuimos capaces de alcanzar los objetivos que nos propusimos para llegar al fin universal que nos marcaba la fe que constituía nuestra identidad.

Pero llegó un momento, hace aproximadamente trescientos años, en el que nació en Francia esa cloaca de todas las herejías que es el liberalismo, como si fuese una mancha de aceite esta enfermedad moral se extendió por toda Europa. Las élites burguesas que obedecían a la masonería la pusieron en marcha buscando la ruptura completa entre el trono y el altar, más tarde una parte del pueblo llano lo aceptó como si toda esa ideología falaz fuese el camino hacia la liberad, se estaba poniendo en el centro de todo al ser humano y su voluntad como ley, con todo esto se arrinconaban los derechos de Dios.

                                                         
      

Todo esto fue un proceso relativamente lento puesto que el planteamiento masónico y liberal chocaba con una fuerte resistencia, esta resistencia la ejercía la Iglesia Católica, una Iglesia que desde el púlpito mantenía el discurso del Reinado Social de Nuestro Señor
     

de hecho los  que en un principio resultaron más afectados por el discurso liberal fueron las clases burguesas y los denominados ilustrados, pero desgraciadamente llegó un momento en el que esa presa que frenaba el avance de la ciénaga liberal que negaba los derechos de Dios y colocaba la voluntad humana por encima de la Verdad terminó siendo víctima y colaboradora de esa misma Revolución contra la que con tanto ahínco y que tan buenos resultados había logrado, esta penetración liberal fue en principio lenta dado que los Pontífices frenaban todo atisbo de herejía modernista que aparecía en la Iglesia, 

pero todo se precipitó cuando de golpe y porrazo cuando  la Revolución entró en la Iglesia a través del Concilio Vaticano II, desde ese momento las puertas que estaban entreabiertas se abrieron completamente y Europa rompió con su identidad trascendente.
Han transcurrido más de cincuenta años desde aquella catástrofe y el resultado no ha podido ser peor: una sociedad materialista vacía de valores que niega toda verdad absoluta y que se mueve exclusivamente por la voluntad humana, ningún derecho divino es reconocido y del reinado divino sobre los países y naciones ni hablar.

                                                                          

Todo esto lleva aparejado un sentimiento interno de vacío que provoca que sujetos y sociedades vean la vida como algo sin sentido superior, el ser humano no considerará  digno de ser defendido  nada que transcienda lo material, es ahí donde la generalidad de los europeos, al perder su sentido de la transcendencia y verse vaciados de identidad, se convierte en un cúmulo de seres derrotados sin siquiera haber luchado, seres que pasan a considerar la religión, la patria y la identidad cuestiones irreales dado que no se pueden ser pesados ni medidos, y al considerarlas irreales  no son consideradas  dignas de ser defendidas.

En la actualidad nos encontramos con un enfrentamiento entre civilizaciones: la musulmana por un lado y la occidental por otro, un enfrentamiento que no es nuevo pues se ha producido con anterioridad en la historia a lo largo de los siglos en toda la zona sur de nuestro continente, en el Mediterráneo y en Tierra Santa.

Siendo esto así, la actual confrontación podría ser considerada como algo repetitivo y por tanto carente de interés, algo que se supone habría de tener el mismo resultado que el que a lo largo de la historia se ha venido sucediendo, nada más lejos de la realidad puesto que en la situación actual no sólo es que varíen un poco las circunstancias, sino que resultan ser diametralmente opuestas a las que durante siglos se han venido sucediendo.

En el momento actual nos encontramos con una situación absolutamente nueva, una situación que nos pone a los occidentales, especialmente a los europeos, en inferioridad de condiciones ante el mundo musulmán, nos encontramos ante una lucha desigual en la cual Occidente carece de ímpetu y voluntad de lucha frente a un mundo, el musulmán, que si por algo se caracteriza es por tener esa voluntad e ímpetu. Y tiene esa voluntad de lucha, en grado superlativo, debido a que el mundo musulmán mantiene un sentido de la trascendencia y busca un sometimiento a Alá.

                                                                               

Por su parte el mundo occidental, antes cristiano, ha apartado todo aquello que tenga que ver con la transcendencia, llegando a negar a la misma divinidad, esta negación ha creado un hueco que ha sido rellenada con lo material, el dinero y todo lo relacionado con ello. De esta manera ha desaparecido todo espíritu de lucha y voluntad de   resistencia ya que nadie está dispuesto a luchar, y mucho menos a morir, por el dinero, la democracia, los derechos humanos o por un estado de vida concreto.  Hemos sido tan bobos que sin quererlo nos hemos atado las manos y expuesto el cuello al enemigo al vaciarnos de toda transcendencia.
De todo esto hemos de deducir algo, y es que si queremos alcanzar la victoria en el combate ante el que nos encontramos hemos de recuperar nuestra fe en lo sobrenatural y con ello recuperar nuestra identidad y la voluntad de lucha y victoria, pues sin una razón por la que vivir y morir no hay posibilidad alguna de victoria.
 Si no cambiamos el estado de cosas actual estaremos en inferioridad de condiciones y abocados a la derrota. Es la lucha de un Occidente materialista y usurero enfrentado a un mundo islámico idealista.
Si queremos sobrevivir  hemos de retornar a ser de nuevo Cristiandad.

                                                                




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