viernes, 8 de noviembre de 2013

No todo es fruto del machismo.


                                                                           


Observar la realidad social y su funcionamiento, y pensar como en la actualidad se nos pretende hacer creer, que todo lo social se debe a cuestiones dependientes únicamente de una voluntad más o menos caprichosa, cuando no malintencionada, es algo que si se observa desapasionadamente y a través de la antropología  del ser humano, termina cayendo por su propio peso.

                                                                         


                                                                           
En la época en la que vivimos, se considera una discriminación y una ofensa el papel que durante siglos ha desempeñado el sexo femenino en las sociedades humanas. Este juicio hoy tan generalizado surge al  situar este papel, diferente al del hombre, como secundario y fruto de la imposición masculina. Olvida que cuando se habla de sexos la realidad se basa en la diferencia y a la par en la complementariedad.

                                                                        
  Las realidades biológicas y la necesidad de asegurar la supervivencia de la especie son las que han determinado desde el comienzo de la humanidad una estructuración social concreta y dado lugar a la primera organización del trabajo.

Hasta hace relativamente muy poco tiempo, podemos situar este cambio  hace como mucho 100 años, las circunstancias eran tales que exigían que la mujer se mantuviese en el hogar sin realizar actividades distintas a la reproducción,  el cuidado de la prole y  el mantenimiento de la casa.
Esta afirmación, que tan retrógrada y anticuada puede resultar a nuestros oídos no es sino la plasmación en palabras de algo que se pondrá de manifiesto en las siguientes líneas.
Desde el comienzo de la especie, y hasta no hace mucho, se presentaron unas circunstancias tales que hacían necesarios  un muy elevado número de nacimientos. Esta situación no era otra que una elevadísima mortalidad infantil debida a la insalubridad y a la ausencia de una medicina que combatiese con un mínimo de efectividad las infecciones, enfermedades y accidentes.
La manera de compensar la alta mortalidad infantil no era otra que el nacimiento de muchos más niños, esto a su vez llevaba aparejado que las hembras del grupo estuviesen  la inmensa mayoría de su vida embarazadas.

                                                                        
Hay que aclarar que durante cientos de miles de años, la esperanza de vida humana no llegaba a los 30 años (baste decir que en 1900 estaba en 33,9 años en los hombres y 35,7 en las mujeres, hablamos de España). Esto quiere decir que siendo limitado el periodo fértil en la mujer, y tan baja la esperanza de vida, el tiempo que esta pasaba embarazada ocupaba la practica totalidad del periodo que va desde la menarquia (primera menstruación) hasta la menopausia. Pero esto no es todo, ya que el papel biológico de la mujer no finalizaba  una vez que había dado a luz, sino que después debía amamantar y cuidar  a los recién nacidos hasta que estos  pudiesen alimentarse por sí mismos, de lo que fácilmente se puede deducir que hasta casi el fin de sus días se encontraba bien embarazada o bien dedicada al cuidado de la prole (cuando no en compatibilizando ambas situaciones ).
 No es complicado darse cuenta de que en un entorno natural, la alimentación, la vivienda y la seguridad dependían de una actividad física que los humanos debían realizar  sobre un entorno difícil, y esa actividad requería el desarrollo  de un importante esfuerzo físico  que ocupaba un espacio temporal también elevado.
La situación física que acompaña a la mujer durante el embarazo, así como el tiempo necesario para la alimentación y cuidado de la prole la inhabilitaba para participar en las actividades para la supervivencia grupal. En su caso la mujer no podía simultanear la perpetuación de la especie con la supervivencia del grupo.
          La situación a la primeramente nos hemos referido descrito se ha venido produciendo durante cientos de miles de años, creando de hecho una primera división del trabajo y la institucionalización del llamado "poder masculino". Una situación que se ha mantenido en la historia del ser humano hasta hace como máximo trescientos años. Desde entonces han variado las condiciones higiénicas y sanitarias, lo cual no hacía necesario mantener una tasa de nacimiento tan alta como hasta ese momento, con lo que la mujer dispone de una capacidad muy amplia de tiempo y estado físico para trabajar.

                                                                         

Es más, la posibilidad  de realizar trabajos intelectuales, no dependientes del desarrollo de una actividad meramente muscular amplia más aún la posibilidad de la mujer para integrarse en el mundo laboral.
Pero es también muy importante tener en cuenta que cientos de miles de años de costumbres, de estructuración y de sometimiento a determinadas circunstancias imprimen en el acervo más íntimo de la humanidad una digamos  “memoria de especie” que sobrevive a un cambio situacional que tiene poco más de un par de siglo de antigüedad.

          Las situaciones biológicas y físicas, así como las necesidades para perpetuar la especie determinaron, tanto para hombres como para mujeres una estructura muy concreta.
Ahora bien, habiendo cambiado las situaciones externas que dieron origen a la  citada organización social la organización y costumbres sociales también han de hacerlo, si lo que se busca es superar esas estructuras, lo primero es evitar culpabilizar  al sexo contrario de una situación que como se ha podido ver, surgió de la naturaleza misma de las cosas y no de la voluntad impositiva del sexo masculino.

                                                                      


                                                                       

 Por lo tanto, no se debe por parte de la mujer buscar la igualdad rompiendo con las responsabilidades propias de su realidad biológica o considerando un elemento contra la igualdad el posterior cuidado y educación de la prole, argumentando para ello resarcirse de ” siglos de opresión”.

                                                                       
Y en el caso del hombre, este debe acomodarse a una situación que convierte en anacrónicos roles y funcionamientos lógicos cuando se daban circunstancias que ya no existen. 

                                                                


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