viernes, 23 de agosto de 2013

La reciprocidad.


                                                                               


La reciprocidad busca que dos cosas se correspondan. Cuando hablamos a un nivel internacional defiende lo que es un trato de igualdad  entre los estados. Esto no es sino que exista  un trato de respeto.
Si nos referimos al texto constitucional español de 1978 encontraremos en él varias referencias a la reciprocidad con otros estados.
Por un lado en artículo 13.2  podemos leer: “Solamente los españoles serán titulares de los derechos reconocidos en el artículo 23, salvo  lo que, atendiendo a criterios de reciprocidad, pueda establecerse por tratado o ley para el derecho de sufragio activo y pasivo en las elecciones municipales” y por otro el 13.3 señala: “La extradición sólo se concederá en cumplimiento de un tratado o de la ley, atendiendo siempre  al principio de reciprocidad.....”
Resulta incomprensible que un estado para garantizar los derechos de sus nacionales no aplique la reciprocidad en temas tan fundamentales como los que hacen referencia a la libertad religiosa.
Muchos dirán que de este modo mostramos la superioridad moral de nuestras convicciones ya que aplicamos a todos lo que consideramos derechos inalienables. Pero yo diría que esto queda muy bien en el terreno de las palabras, pero cuando damos el paso al terreno de las realidades encontramos que  estamos de hecho reforzando la creencia y el comportamiento de aquellos que discriminan  a los cristianos pensando que están en la verdad y que su actuación es por tanto acertada.
En el terreno religioso, que es a lo que ahora nos estamos refiriendo, las consecuencias no son anecdóticas puesto que hemos de situar la cuestión en un escenario concreto que nos sitúa en un enfrentamiento, en ocasiones de tipo bélico, que exige que nuestros derechos sean defendidos y no considerarlos como algo que depende de nuestra esplendidez y superioridad moral que se mostraría en la aplicación de unos derechos humanos que beneficiarían a los inmigrantes musulmanes sin pensar en si los reciben los cristianos españoles en los países musulmanes. Sólo pueden ser aplicados cuando los ciudadanos españoles sean objeto de la aplicación de los mismos derechos. Lo que no se puede permitir es que aquellos que llegan  exijan recibir derechos pero nunca permitan como contrapartida la aplicación de esos mismos derechos a los miembros de la civilización occidental-cristiana en sus países de origen .

A quienes señalan que si se defiende la existencia de unos derechos de carácter universal no es posible privar de ellos a algunas personas por el mero hecho de proceder de países donde estos no son respetados para nuestros nacionales habría que decir que lo fundamental sería que se respetasen esos derechos hacia los nuestros, y si esto no se puede lograr con meras protestas de tipo diplomático habría que aplicar medidas reconocidas por el derecho internacional como es la reciprocidad. Pero claro, en una sociedad que ha perdido toda referencia a valores superiores, lo que ocurra en cuanto a los derechos de la religión católica pasa a un segundo o tercer plano si lo comparamos con la importancia de las relaciones económicas, y si no como entender que se mantengan relaciones económicas y diplomáticas fluidas con un país como Arabia  Saudí donde se prohíbe desde llevar una pequeña cruz al cuello hasta la construcción de cualquier pequeña ermita pasando por tener una Biblia en el hogar.
En este país se llega al extremo de obligar a que los aviones de las líneas aéreas suizas aterricen en sus aeropuertos de   noche y con la luz que ilumina la cola apagadas para evitar que se vea la cruz presente en la bandera del país helvético.

                                                         
En cambio  no existe limitación alguna para que gracias al dinero procedente de Arabia Saudí se levanten gigantescas mezquitas que no hacen sino difundir el radicalismo del islamismo wahabí. Esto, además de ser una flagrante injusticia es un refuerzo de su visión fanática y excluyente. 

                                                       


Se ha de aplicar la reciprocidad, hacer protestas diplomáticas  y presionar de los modos más imaginativos posibles para además de mantener a salvo nuestros derechos defender nuestra dignidad.

Y desde luego no aplicar a los inmigrantes ilegales que arriban a nuestro país medidas sanitarias, de estancia o educativas que no recibirían  los españoles con religión católica en sus países de origen.

De otra manera no sólo estaríamos cayendo en el buenismo sino en la imbecilidad.

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