martes, 17 de julio de 2012

Una luz entre las sombras.



                                                 
                                             



Estamos atravesando una época en la que  por todos lados nos golpean  a diario noticias negativas, noticias  que hacen ver que el ser humano transmite todo menos humanidad, una época en la cual todo son expectativas negativas, en la que sólo se habla de crisis y desde donde sólo se atisba una realidad mala y se teme el advenimiento de una realidad aún peor.

Pero en ocasiones, bastante escasas por cierto,  una noticia nos reconcilia con los seres  humanos, permitiéndonos  vislumbrar una luz que alumbra este camino tan triste por el que discurre nuestra existencia.

En esta ocasión quiero referirme a uno de estos  comportamientos:
Es una verdadera historia de amor sin medida, la historia de una joven madre que sacrificó su vida  para  que de este modo su hija pudiera nacer.
 Bárbara García Castro, que este era su nombre, era una joven cordobesa que se licenció en periodismo  el año 2005, entrando ese mismo año a trabajar en la delegación de Medios de Comunicación de la Diócesis de Córdoba. Tras un largo noviazgo se casó en 2009 con  Ignacio, su actual viudo. A los pocos meses quedó embarazada de una niña. Pero en el 2010 Bárbara comenzó a quejarse de un fuerte dolor que sentía en la boca, en Julio del 2010  los médicos le comunicaron  que tenía un tumor cancerígeno en la lengua.
Los facultativos le señalaron que el tratamiento para combatir el tumor pondría en peligro la vida de su hija aún no nacida, estaba ya en el  cuarto mes de gestación.  Teniendo esto en cuenta le practicaron una intervención quirúrgica pero esto no fue suficiente, se hacía necesaria esa medicación para combatir el tumor cancerígeno.
Ella se negó de modo rotundo a  recurrir a esa medicación pues prefería morir antes que poner en peligro la vida de  la incipiente  vida  de su hija. El 1 de Noviembre del 2010 nació  la  niña y ella pudo abrazar el fruto de su amor y sacrificio.

                                           


Ella ofrecía todos los intensísimos y continuos dolores que el tumor  producía por su hija, y el soportarlo lo  relacionaba siempre con Dios que es el máximo amor y que tanto sufrió.  Pasados unos meses falleció la madre, tenía  31 años.

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