domingo, 6 de mayo de 2012

El resurgir de la barbarie.



                                                                           

En este siglo XXI de la era nuclear y de los avances técnicos que parecen no tener más límite que el de la voluntad humana. En este tiempo en el que la post-modernidad promete al hombre un nuevo amanecer con horizontes de libertad, resulta que muy al contrario,  el ser humano se encuentra inmerso en la más espesa de las desesperaciones vitales, el hombre se siente carente de la serenidad que su supuesta omnipotencia  llevaría aparejada.

Lo que ocurre es que  desde el liberalismo que niega la existencia de cualquier verdad superior a la mera opinión o desde un racionalismo que pretende que todo se reduzca a lo que nuestra limitada razón pueda explicar o comprender, el hombre se encuentra desarmado ante cuestiones como son la realidad de la trascendencia o  la presencia de lo misterioso. Por otra parte, se nos vende el individualismo como un paso más hacia esa libertad, cuando lo único que logra es acrecentar esa sensación de abandono  y sufrimiento vital. El ser humano, como animal social que es,  al perder los nexos de dependencia pierde también esa unión que le libra de la soledad, ya que está acabando con esas dependencias que le hacían sentirse parte de ese todo que es la comunidad social.

Precisamente en la última  parte del siglo XX y en la primera de este siglo XXI  aparece un  fenómeno que pone de manifiesto que el mero raciocinio, el recurso a una libertad tomada como fin en si misma o la huida del compromiso no pueden llenar las ansias profundas y el deseo de conocer la verdad, de acercarse a lo misterioso o de sentirse parte de una realidad mayor a la mera individualidad.

 Ha sido precisamente en estas últimas décadas cuando han resurgido con ímpetu creencias y supercherías que supuestamente habían sido superadas ya por la modernidad. Modernidad que presumía de que los frutos de la Revolución de 1789, de la enciclopedia y del racionalismo habían conseguido terminar con lo que consideraba rescoldos del oscurantismo  originarios de la ”época oscura”, léase Edad Media, y del cristianismo.

Pero curiosamente es bajo el imperio modernista y en una época en que triunfa el indiferentismo religioso, por no decir directamente el ateismo, cuando el fruto resulta ser un resurgimiento de actividades y posiciones cada vez más  irracionales  y mágicas.


El apogeo de la literatura de estética medieval, el gusto por lo fantástico, el auge  de la vuelta a la naturaleza y sobre todo ese desconcertante recurso a los echadores de carta y a los horóscopos, aunque en ocasiones se lo pretenda esconder bajo una capa de cierta displicencia, no dejan de ser  un lógico intento de colmar     las ansias de espiritualidad que le habían sido negadas en una cultura exclusivamente  materialista y superficial.


                                                            
Ocurre que si al ser humano se le ha cercenado la posibilidad de  acercarse al cristianismo para  encontrar la plenitud de su personalidad y se le ha colocado a si mismo como centro y finalidad de todo,  el hombre recurrirá a cualquier sucedáneo  de religiosidad o acudirá a la fantasía por muy errónea y ridícula que puedan resultar estas  opciones.

 En un primer momento  haremos un rápido repaso de las ideologías  en que se  basa la actual concepción  del ser humano, de la sociedad y de la trascendencia  para después referirnos a esas corrientes materializan el descontento y empujan hacia una cosmovisión carente de profundidad y sentido. Por último haremos referencia de una forma más pormenorizada al fenómeno New Age, corriente que engloba de una manera más estructurada la respuesta pagana a este mundo vaciado de trascendencia.

En el fondo lo que ha habido ha sido  un intento del hombre  de crear una realidad distinta a la que existe, una búsqueda de la omnipotencia   y un intento de superar las limitaciones que por naturaleza nos son propias. El resultado de estas  descabelladas intenciones no han podido ser sino  la ruptura del equilibrio que  existía y nos permitía un funcionamiento  estable.


                                                              


                                                                       





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